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Embárcate en un viaje inolvidable hacia la cruda belleza de la fauna salvaje.

Siéntate. Acomódate. Respira. No es una espera tediosa, todo lo contrario: es una antesala extrañamente emocionante que provoca un cosquilleo en el estómago. Saborea. Estamos aquí para disfrutar de esta aventura, para buscar una perspectiva diferente y aprender.

Los amaneceres y atardeceres son momentos mágicos, cada uno efímero y único. Aunque se desplieguen lentamente, desaparecen con la rapidez de un aleteo de mariposa. Cada día trae consigo un amanecer y un atardecer distintos, incluso bajo las mismas condiciones.

Obsesionarse con repetir una situación concreta, aquella que te brindó la posibilidad de ejecutar una magnífica instantánea, es absurdo.

Diría más: cada amanecer es diferente a partir de cada mirada y, por tanto, de cada fotógrafo; incluso del estado de ánimo de la propia persona. ¿Cómo no van a tener influencia nuestras emociones a la hora de capturar la luz y, por tanto, de representar el mundo?

Déjate inspirar por la armonía de la vida en su estado más auténtico, donde cada animal tiene su historia que contar.

Ser una con la Naturaleza, lo demás no existe.

Uno de los grandes privilegios que te permite esta pasión, independientemente de si te dedicas a ella profesionalmente, es fundirte de manera incondicional con la Naturaleza: sentir que sois una sola. La Naturaleza y tú; tú y la Naturaleza. Lo demás no existe, nada más importa.

Me refiero a sentir, aunque sea por un instante, que tú no eres quien porta esa cámara y mira a través del objetivo, sino que en realidad eres esa hermosa criatura animal -en el sentido más primario posible-, con sus miedos, su carácter y sus anhelos. Es a través de esta empatía hacia los animales que procuro captar y transmitir su esencia.

El momento decisivo: ni una décima antes, ni una décima después.

Uno de mis principales mandamientos, si no el que más, es aquello que un genio de la magnitud de Henry Cartier-Bresson bautizó como “el momento decisivo”: la búsqueda de la fotografía idónea justo en el momento preciso; ni una décima antes ni una décima después.

De nada sirve usar el disparador de forma compulsiva, esperando que la suerte te sonría y aparezca una fotografía espectacular de entre toda la ráfaga. Es mucho más inteligente observar, ser paciente, mantener la calma y, cuando sientas que es el momento adecuado, disparar.

Tratar de capturar ese instante extraordinario, ese gesto diferente, esa mirada que te desarma. Algo que jamás podrá repetirse pero que, gracias a tu pericia y tu conocimiento, ha quedado inmortalizado para siempre.

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